Era una fria tarde de invierno, la ciudad estaba tranquila y el sol camino de recogerse le cegaba, le impedía distinguir los distintos rostros que se entrecruzaban ante su mirada.
Ella, mucho más tranquila, esperaba a que las campanas repicaran al son de las cinco, momento en le cual ambos sabían que la vida les cambiaría para siempre.